lunes, 13 de agosto de 2012

Destiny, its all my (YOUR) time.


Cuando me hablan de destino, prefiero olvidar los caminos.
 Todos aquellos que se separan, unen, arreglan, continúan y entrelazan. No quiero encontrarme con uno a cada lado: El fácil lleno de florecillas y ardillas que bailan contigo la canción de la alegría, mientras el oso de pooh te invita a  comer miel; y el que parece sacado de  un cuento de terror, con una cabaña al fondo como la de la familia Adams, un mar de buitres volando sobre ti y hasta una tormenta incluida de unas nubes que han salido de la nada.
En lugar de eso, prefiero pensar en globos tirados al aire, o en la manía de algunas personas de firmar los billetes, para ver si vuelven a ellos.
Por eso doy gracias a todas las películas que demostraban la fuerza del destino, que te ayudaban a creer que tu vida compartida, unida,entrelazada con los cientos de personas que te rodean día a día no es pura casualidad. Que el perder un tren, tropezar por la calle, o pisar un chicle y caer no es fruto de la torpeza, si no de una fuerza mucho mayor que quiere que conozcas al camarero de la tienda de donut a la que fuiste porque estabas destrozada, debido a que  te han despedido del trabajo de tus sueños tras llegar por infinitésima vez tarde; al chico tan majo que te ha llevado al hospital por tu traspiés en pleno centro (a pesar de que insistías en que no era nada, él era un caballero y no se quedaba tranquilo si tu tobillo no era examinado por un médico); o a tu futura mejor amiga, que encontraste después de tirarle todas sus carpetas tan organizadas por culpa de ese asqueroso "pegamento rosa", y que, si no hubiera sido por ella, nunca habrías acabado de desempaquetar las últimas cajas de mudanza, después de llevar instalada más de dos años.

Pero, ¿qué pasa cuando el destino no juega a nuestro favor? ¿se trata de una mala elección, a la que por supuesto llamamos "camino oscuro y tormentoso"? 
Porque todos estaremos de acuerdo en que conocer a tu nueva mejor amiga, el padre de tus hijos, y el chico con el que se casará tu mejor amiga (y gracias al cual desayunarás donut gratis todos los días, todo hay que decirlo), son buenas noticias.
Serán sin duda tus mejores cinco minutos, en los que mirarás al cielo, con una sonrisa estúpida, como impregnada en ti de repente, y te preguntarás si hay algo allí, más allá que ha actuado a tu favor, como un pepito grillo interno, que ha hecho tan bien las cosas, sin ningún motivo. 
Pero, de repente, sacudes la cabeza e intentas deshacerte de todo pensamiento positivo hacia tu nuevo "destinador", cuando descubres que tu marido tiene una aventura con otra porque tu ya nunca estás en casa. En lugar de eso, pasas el mayor  tiempo con esa chica tan organizada que te ayudó a terminar tu mudanza, y a la que  acaban de enviar a la otra punta del mundo por un súper ascenso (¡era un cerebrito!), y para colmo, el peso marca 12 kilos más por culpa de los tremendos desayunos que te llevas pegando todo este tiempo.
Por supuesto, nuestro camino oscuro aparece de nuevo: la época fría, con tardes de sofá y helado incluidas por todos lados y calcetines de lana altos (¡en las películas siempre son altos!) se adentra en nosotros de nuevo.
 Y es que está claro, que  el perder ese tren que te llevaba a tu último día de trabajo, para acabar llorándole al chico de los donut que te escuchó sin hablar durante toda una hora, al que acabarías presentando a la rara de pelo rizoso y despeinado que conociste,  tras  tirarle todos sus archivos porque tu pie se quedó (literalmente) pegado al suelo, y  con la que no podrías quedar  la semana siguiente para tomar un café, porque una cáscara de plátano entorpeció tu camino un martes cualquiera en una calle demasiado transitada como para que un completo extraño, te llevara al hospital tan rápido y preocupado por ti como le fue posible (¡además de que, dos años después, acabara casándose contigo!) fue una auténtica EQUIVOCACIÓN DEL DESTINO.

Pero no había por qué preocuparse, porque ya le enseñarías tú al señor p. grillo cómo funcionaban las cosas. Nosotros sabemos muy bien cómo solucionar todo lo que ese "monstruo nos dejó". Por supuesto, la idea de apuntarte al gimnasio para bajar esos kilos y encontrarte con tu antiguo jefe ,que acaba de salir de su despacho, ha sido gracias a ti. Que tu hija resulte estar ennoviada con su sobrino ya no parece tanta coincidencia. Sobre todo por el hecho de que acabéis todos cenando en su chalet de La Moraleja con motivo del futuro enlace de los jóvenes tortolitos, y termine disculpándose por su insolencia de la última vez que te vio. También es cosa tuya la carta que recibirás al poco de Carmen, invitándote a vivir con ella, pues ha mostrado unos trabajos tuyos de arte en una galería y ¡quieren contratarte en su misma ciudad! (pero esta vez no aceptarás más Donut de Max)
¿En cuánto a Javi? Pues al parecer se ha ido a vivir con Miriam, parece que lo suyo iba bastante en serio desde la última vez que te los encontraste en tu cama; pero a cambio te manda un perrito por navidad, un buldog francés de estos que se llevan tanto en París, del que no te separas. 
Pero…espera un momento… ¿Se tratará de otra coincidencia? ¿buscar el amor en la ciudad que ya lo tiene tatuado en el nombre? Carai, eres más lista de lo que se pensaban, si no llega a ser por ti… 
Pero, vayamos con calma, paso a paso. Comenzaremos por buscarle un nombre al animal.





viernes, 23 de diciembre de 2011

"encantada"


Llevabas años y años dedicado cien por cien a ella: lijándola, dándole cera, pintándola y sacando brillo a su pomo dorado durante todos los días.
Habías probado todas las técnicas de limpieza y colores: naranja, amarillo, violeta, rosa…, pero, al parecer, lo básico no parecía combinar contigo.
Cambiaste con los ácidos: amarillo chillón y verde fosforito parecían ser perfectos. Así, el color atraería a una persona distinta cada día, a la que, por supuesto, no volverías a ver nunca más. El juego era divertido, pero no acababa de complacerte del todo.
Por eso, más tarde (y por desgracia), tu puerta pasó a ser pintada de colores más cálidos (el magenta, el gris oscuro y hasta un marrón casi negro fueron los protagonistas de tu casa por mucho tiempo), época en la que el sollozo invadía tus largas noches.
Desesperado ya, probaste a dejarla transparente, pues por esa simple regla de tres, todo te debería resbalar.
Pero, trágicamente, tampoco fue una buena idea, ya que, al no poder "verla", chocabas contra ella cada vez que querías entrar y salir.
Tan desesperado estabas, que por una temporada hasta llegaste a aceptar el consejo de tus padres, les dejaste elegir el color, pero, evidentemente, no permitiste que ese "pistacho-amarillento" durara demasiado.
Tus amigos, preocupados, decidieron ayudarte con la pintura, y eligieron, para ti, un rojo pasión muy intenso. Por un tiempo, hasta estuviste de acuerdo con ellos, pues te satisfacía. La puerta estaba "viva" y "fuerte", se movía con total ligereza y no podías parar de mirarla fuera hacia un lado o hacia otro; pero, por alguna extraña razón, sus clavijas acabaron encajando mal, y tuviste que deshacer el trabajo hecho.
a estabas cansado, te dolían los dedos y la espalda, y tus brochas habían quedado totalmente destrozadas. Te desanimaste tanto que llegaste a pensar que nunca encontrarías tal color, y, ya fuera por misericordia o por clemencia a ti mismo, echaste la llave y te olvidaste del color para siempre.
Tanta fue tu desolación, que decidiste instalar una escalera exterior que fuera directamente desde tu habitación hasta la calle, y así no tendrías que volver a pasar por delante de ese "gran desastre de pintura" . No parecía ir mal, de hecho, te acostumbraste demasiado bien a ese nuevo modo de ser, donde tu vida sentimental se reducía a los libros de crepúsculo y los culebrones de tu abuela.
Pero, aunque no lo supieras, habían pasado los días, y las estaciones habían hecho marca en tu puerta; y ya fuera por la lluvia y el viento, el canto de los pájaros, o por los excrementos que los animales habían dejado de regalo, un día de verano, mientras desayunabas "chocofiskis" tu timbre sonó. Primero te sobresaltaste, y pensaste que habría sido fruto del viento, por lo que no le diste demasiada importancia.
A los pocos días, volvieron a llamar, y esta vez, aunque con un poco de miedo en el cuerpo, decidiste bajar las escaleras que comunicaban con la entrada. Pero, una vez en frente, te acobardaste y no te atreviste a abrir. En lugar de eso, tiraste un jarrón hacia la puerta, como para espantar a lo que sea que hubiera fuera, y subiste corriendo a tu habitación para esconderte debajo las sábanas.
Pero tu desdicha no acabó ahí, ya que quien quiera que fuese no dejó pasar ni dos horas para volver a intentarlo y llamar a tu puerta.
En tal situación tenías tan sólo dos opciones, y además, ¿qué podría pasar por abrir la puerta?
Un par de segundos más tarde tomaste, la que se puede decir, la mejor decisión de tu vida y, por una vez, te armaste de valor y echaste a patadas tus miedos:
Lo viste, y puedes decir con total certeza que era el color más bonito que jamás habrías imaginado: azul-púrpura y color amanecer eran sin duda, algunos de sus tonos base.
Y en el suelo una nota: "encantada"
Todo parecía bastante extraño, ¿quién te habría escrito eso? ¿y esa puerta? ¿quién la habría dejado así? Pero miraras dónde miraras no había nadie.
Más extraño fue, aún, lo que ocurrió a continuación: al cerrar la puerta, y entrar en casa, algo te invadió por dentro, y parecía no soltarte.
Eran canciones mezcladas, fotos tuyas sonriendo, viajes y recuerdos de momentos inolvidables que aun no habían sucedido.
Era un ser nuevo dentro de ti, que jugaba con tu tripa haciéndote cosquillas y que no te quería soltar. Unos brazos que se unían a tu cuello y una mano que siempre te daba calor, era un olor a galletas recién hechas. Eran, también, momentos de enfado y miedo, una unión entre amor y pasión, un niño correteando a tu alrededor rogándote jugar al "pilla-pilla", un contrato de permanencia y el imaginar una eternidad en ese estado de edén. La nota, misteriosamente, había desaparecido y, en su lugar había dejado pintado todo tu ser de ese color "encantada", del que no querrías deshacerte jamás.

miércoles, 27 de julio de 2011

actually, there's no way to lose, there's no way to win.

Creamos una fortaleza, algo totalmente indestructible, nos protege por dentro y nunca nos deja solos ante el frio. Esa "armadura" va creciendo por momentos, desde el dia de nuestra primera derrota. Llega un momento en el que casi ni te deja respirar y, entonces, simplemente, dejas de sentir. Una caida suele llevar a otra aun mayor, y, hoy en dia, no existia otro remedio, mas que el de ser indiferentes, para superar los fuertes golpes. Todo parecia encajar a la perfeccion: no habria dolor, creariamos un mundo de pasividad total donde todo nos resvalara y asi acabar con el masoquismo de una vez por todas. Estaba tan emocionada por empezar esta nueva experiencia...!

Pero entonces, a las dos horas de la primera dosis, me mire al espejo y me rei de mi misma: lo sabia, no podia ser tan facil.
Teniamos una pomada contra las heridas, un paracetamoll del dolor, una escayola que protegia cualquier hueso roto, si, pero nos faltaba algo; porque, aunque no lo pareciera, ese jarabae perfecto antidolor hacia desaparecer, tambien, nuestra mas valiosa pertenecia.
Dejariamos de sentir, de querer como nunca. No habria emociones buenas ni malas, nada nos sorprenderia, no mostrariamos pasion ni entusiasmo, ni deseo ni cariño; no existiria el amor.
Algunos se quedaron atras, prefirieron rechazar el "antidolor" por llegar a sentir de verdad. Yo, en cambio, elegi la opcion facil; Cambie toda mi vida, todo mi ser, por no volver a sufrir nunca mas. Al principio era divertido, me sentia como una espectadora del mundo en la grada mas alta: veia a los humanos como unos seres tan pequeños y tan simples, que sus necesidades se limitaban a unas barras color verde y rojo de los "sims". Poco a poco fui echandolo de menos; queria volver a llorar de alegria, a tirarme de los pelos de dolor y a reir de frustracion; queria volver a cometer el que seria el "nuevo error mas grande de toda mi vida", a querer tirarme por la ventana por ello y, a descubrir que estaba rodeada de personas fabulosas que parecian quererme desinteresadamente. Deseaba con todas mis fuerzas perderlo todo, arriesgar todos mis bienes y mi corazon, jugarmelo en un casino y volver totalmente destrozada a la mañana siguiente. 
Y fue alli, en aquella planta numero cien, tan sola y afortunada como siempre habia deseado, rodeada de oro y joyas preciosas y sin ningun dolor aparente, cuando descubri que no habia tomado la que seria, "la mejor decision de mi vida". Curiosamente, no me molestaba saber aquello, las pastillas ya habian hecho su efecto anestesico.
No volveria a confiar, ni a querer nunca mas, no sentiria emociones, no me doleria el perder, no me importaria ganar, pero no me romperia por dentro, nunca, nuca mas.

martes, 19 de abril de 2011

MADRID, con prisa.

Él estaba ahí parado, quieto e inmóvil, creo que casi ni respiraba. Sonreía, le veía sonreír. Movía fugazmente las hojas de su periódico mañanero, y parecía de veras divertido, como si lo que leyera le estuviera produciendo tal entretenimiento. Me sentía atraída por ese espécimen,  era intuitivo y casi un acto reflejo fijarme en él, me daba hasta vergüenza que me viera mirándole, ¿pensaría que era una psicópata? Yo apartaba la mirada de vez en cuando, y contaba dos segundos para volverle a mirar y que no pareciera demasiado… ¿raro?
Estaba tan concentrada en sus manos que no lo vi llegar, pero os advierto que merecían la pena, eran fascinantes también: sus dedos se movían con una delicadeza que jamás había visto antes en nadie, parecía estar tocando el piano. Pero, de repente, algo me hizo pegar un brinco del asiento de metal, y sin quererlo, se lo llevó del otro andén, como si nada. Intenté buscarlo con la mirada a continuación, pero ya era demasiado tarde, mi cara de "soy un perrito abandonado y quiero que me adoptes" se incrustó en mi unos cuantos minutos. Y luego, hice todo lo que tenía que hacer: subir al metro y bajarme en la parada que me correspondía. Pero en  todo ese trayecto con "carita de pena" estuve pensando en si debería o no haber abandonado mi cita con quien fuera, haberme cambiado de vagón y haber intentado observar más de cerca a ese espécimen tan peculiar, quizás hasta hubiera entablado conversación con él, quién sabe.
Pero, ya fuera  por mi indecisión, la falta de tiempo, o cualquier otra razón que por supuesto desconozco, no lo hice. Y me estuve arrepintiendo todo el trayecto y las próximas cinco horas que me esperaban. Bajando por las calles de Madrid, me pasó algo extraño, era una tontería, pero que hasta hoy ni me había parado a pensar. La gente iba acelerada, subían escaleras, las bajaban, corrían desesperados a coger un autobús que volvería a pasar en dos minutos. Eran hombres preocupados, hombres de negocios, y mujeres que se mataban por dejar a los niños en una guardería. Eso sí, todos trajeados. Estaban los que llegaban tarde porque no les había sonado el despertador  a la hora, o los que habían pillado atasco. Llevaban paquetes, bolsas, maletines y demás aparatos con aspecto "valioso", llegué a pensar que  todas aquellas personas corrían por miedo a ser atracados,  al fin y al cabo, podía ser, ¿verdad?
Ya estaba  casi llegando a Plaza de España cuando me dio por mirar al suelo, miré hacia abajo y me asusté:  aunque iba con tiempo de sobra, llevaba ropa totalmente informal, no me había levantado tarde, no llevaba nada valioso salvo el bono-metro y no tenía ninguna preocupación laboral, efectivamente, iba corriendo. 
Me paré bruscamente y provoqué un pequeño atasco: una cadena de personas concentradas en sus apuntes, blackberrys y videoconferencias  descargaron su ira contra mí, ¿que cómo me atrevía a parar la circulación normal de la calle? Una pequeña carcajada se me escapó, creo que se pensaron que me reía de ellos; esto hizo que se enfadaran más conmigo, pero, milagrosamente, estaban demasiado ocupados como para entretenerse echándome una bronca sobre "modales".
Entonces me acordé de las manos de aquel hombre, me le imaginé tocando un paraelisa, tranquilo y relajado, sin agobios externos de un puñado de gente tomando café starbucks, mientras están "conectados" a cincuenta redes sociales, comiendo por la calle y dejando a su pareja por teléfono mientras le explicaban a su jefe la nueva campaña por la otra línea, porque, claro, no tenían tiempo.
No tenían T-I-E-M-P-O.
Sabéis de qué hablo, ¿a qué sí? Me dieron pena, mucha más que el negrito que se ganaba la vida repartiendo propaganda de la nueva línea de depilación "no más pelos", y más que el sin techo asentado en su tienda de campaña al lado de los cines "callao". ¿qué clase de personas eran?, mejor dicho, ¿qué clase de personas somos? 
Pero mi estereotipo de perfección no, él seguía en su estado de máxima concentración tocando el piano sin agobios. Por desgracia la imagen no permaneció demasiado en mi cabeza, además, ya estaba llegando a mi destino.
Por mucho que lo neguemos, ese rollo neoyorquino ha aterrizado demasiado pronto, y sin previo aviso. No me malentendáis, me encanta la tarta de manzana y el montar en bicicleta por central park, las grandes vistas y las buenas panorámicas, pero que nos gusten sus películas no quiere decir que tengamos que convertir las calles en avenidas de repente. Y aunque lo hiciéramos, podríamos seguir jugando con nuestras veinticuatro horas a la perfección sin necesidad de sobreexplotarlas.
En cualquier caso, supe, al instante, que no quería acabar así, no quería ser así, empezaría por hacer desaparecer mi móvil, tendría uno únicamente para cosas urgentes, llamadas importantes y poco más, pero nada de 3G, wii-fi ni ninguna de esas mierdas. Y quién sabe, tal vez el siguiente paso sería dejar de comprar en inditex, o simplemente dejar de comprar innecesariamente. Acabar con el café por 6 euros parecía un reto fácil, y desechar los cascos para que cuando vaya por la calle, VAYA POR LA CALLE DE VERDAD, también sería algo posible. 
Ya os lo dije al principio, y os lo digo ahora: soy rara, no intentéis tratar conmigo o acabaré por desilusionaros, porque, por mucho que lo intentéis, no consentiré ser arrastrada, Madrid tiene prisa, y no formaré parte de ella.

martes, 8 de marzo de 2011

it´s MY game.


Hola Bob, sé que no sabes quien soy, en realidad yo tampoco lo sé, pero por eso espero que al menos tu, no tardes demasiado en odiarme hasta morir. Tenía miedo, Bob, mucho miedo, y no era capaz de dirigirme directamente a ti, eso no quita que lleves protagonizando mis pensamientos desde hace mucho tiempo, Bob, mucho más de lo que te imaginas. Mi miedo surgía al no tenerte en persona, cosa, o animal; era incapaz de relacionarte con algo que pudiera ser considerado "material", tan solo eras un prototipo de "alma". Por eso no me inspiraba a hablarte como lo hago en este mismo momento, porque, como comprenderás, resulta absurdo que tus padres abran la puerta de tu habitación y encuentren a su hijo hablando solo, cavilando, y diciendo cosas tales como "ajá! te dije que tenía razón" a su espejo (nunca me ha pasado, que va).
Pero volviendo a lo de que pertenezcas al mundo real, me supera con creces, de verdad. solo te veo como un bonsai, pero muy muy grande, si fueras un bonsai medirías más de dos metros y tus ramas serían las más fuertes, mucho más que las de cualquier otro. Ahora mismo, me resulta imposible tenerte cerca: no poseo tanto dinero, ni tanto espacio para criarte, y ya no digamos el qué me diría mi madre si apareciera contigo bajo el brazo cualquier día de estos por la puerta. Por tanto (si o si) debería buscarte otro cuerpo, convertirte en otra cosa mucho más transportable y que no necesitase abono. Algo con valor, eso haría que tuviera especial atención en ti, algo frágil y delicado, y hasta un poco ingenuo (me gusta sentirme superior), pero a la vez firme, (sería indispensable para ti que tuvieras la suficiente fuerza interna para soportarme). TÚ serías el objeto contrario al prototipo al que "hasta ahora" estaba acostumbrada. Pero, desgraciadamente, por más vueltas que le doy, me es imposible ponerte cara, o mejor dicho, forma: las manualidades con plastilina nunca se me dieron bien. ¿me das alguna idea? esperaba que tú pudieras opinar sobre el qué quieres o estás dispuesto a ser, ¿no?

Hola de nuevo Bob, sé que solo ha pasado un segundo desde que hablamos por primera vez, y te parecerá raro que vuelva a repetir tu nombre y la introducción de esta carta, si, pero lo hago con un motivo concreto: quiero familiarizarme más y más contigo, con este tipo de circunstancias en las que yo te cuento y tu callas y escuchas atentamente (o eso quiero pensar que haces).  Pensarás que estoy loca.  No sé si tanto, pero algo extraña si que puedo llegar a ser. Haces que se me vaya la cabeza, tienes un algo, un aroma inconfundible que me hace adoptar una postura relajada cada vez que pienso en ti, y a la vez una especie de "fiuuuuuu" eléctrico  que recorrre mi cabeza, como dolor, un mareo interminable, pero placentero.
Pero no nos vayamos por las ramas, no me líes, quisiera aclararte, Bob, las normas de este (mi) juego, para que no haya lugar a una serie de mal interpretaciones  por tu parte: Tú, Bob, Bobilias Zackalous, como te sueles hacer nombrar, me perteneces. Te asombrarás por el tono en el que lo digo, pero lo quieras o no, eres una parte indispensable de mí, de la que, si por algún casual (hipotéticamente hablando) prescindiera, no podría sentir, más aún: no podría pensar, no podría pensar ni sentir (dos de las cosas que, lo quiera o no, más hago). Lo dicho, Bob, eres mío, sola y únicamente mío, desde ahora te adjudico la función de atender todas y cada una de mis necesidades: deberás traerme las zapatillas al pie de la cama, limpiarme con una servilleta cada vez que me manche la comisura de los labios con el chocolate de los muchos pasteles que me prepararás, pero ¡ah! lo más importante: hacer acto de presencia cada vez que decida soltarte un monólogo interior de lo "muy frustrada" que estoy. Sé que en estos momentos estás buscando con la mirada un cuchillo sobre alguna encimera para clavármelo en la espalda, no te culpo, de verdad. No parece un trabajo bonito, lo sé, tampoco está muy bien pagado, seamos sinceros: tan solo un sutil agradecimiento de vez en cuando si consigues sorprenderme positivamente. Pero, como no eres tonto (porque no te he creado así) sabrás que ni un chino aceptaría esto. Así que, acabo de decidir algo: vamos a cambiar los papeles, a ver si ahora estás más de acuerdo en este trato:
Harás todo lo que te mande, no quiero oír una sola queja, escucharás mis lamentos, mis críticas, te reirás de mis chistes aunque no te hagan gracia, me sonreirás todas las mañanas como si de verdad te alegraras de verte,Y fingirás que te importo. Tendrás que actuar sumamente bien.
¿a cambio?  Yo entraré lentamente por tu cuerpo, empezaré por el dedo meñique de tu pie, iré subiendo, poco a poco y lentamente, seré como una cicatriz importante que no se olvida, te produciré cosquilleos e inmensos placeres, llegaré a la boca de tu estómago, un agradable dolor sentirás cada vez que me veas, continuaré mi trayectoria rectilínea: ascenderé por tu cuello, varios escalofríos sentirás, tus orejas… cerrarás los ojos para imaginarme todas las noches, tan sólo querrás que mis dedos acaricien tus mechones de un pelo que aun no he decidido como será, por último, llegaré a penetrar en tu cabeza, tu mente, tu cerebro, en él tan sólo existiré yo yo y yo. Mi imagen será para ti, día a día cada vez más placentera, llegará un punto en el que no podrás vivir sin mi, te creerás muerto tan sólo imaginándote solo, y entonces, SOLO entonces, ganarás la partida, el juego será tuyo: me iré para siempre y te dejaré marchar. 

domingo, 20 de febrero de 2011

de hielo, así soy.


suelo pararme a escuchar… las pisadas de la lluvia cuando moja.

Te congelas, paralizas tu cuerpo y lo mantienes a una temperatura corporal de -30·C, tus pestañas están totalmente heladas, y ya no puedes ni gesticular una sonrisa, no respiras, tus pulmones, boca, tráquea, bronquios… ¡TODOS PARALIZADOS! Entonces me miras, como última esperanza, tus ojos azules ahora son rojos, y me suplicas con la mente. MUE-RES.Todos fallecemos en algún momento de nuestras vidas, hay quien tiene la suerte de hacerlo en el momento de su muerte, cuando su cuerpo permanece en la tierra y su alma se evade hacia el más allá. Yo hace ya mucho tiempo que me morí, y es una lástima decirlo así, si, pero fuera como fuera, el frío pudo conmigo. Un frío desierto y sin viento, pero aterrador.¿que por qué estoy escribiendo esto? No lo sé, pensaba que quedaría poético comenzar mi entrada hablando de la muerte durante la vida, por un invierno devastador. En realidad, no suelo sentir calor, mis manos SIEMPRE están frías, y los dedos de mis pies más aun, no encuentro otra explicación que no sea la de que no soy un ser vivo: la calefacción a tope, 40·C de temperatura en verano, ejercicio físico intenso, y que no, que mis manos y pies siguen estando HELADOS. Tengo amigos que me saben reconocer por mis ellas, si están extremadamente frías si, son mías. Muchos se pegan a mí en verano, soy su "bolsa de hielo plegable". Pero, asumido o no, no me hace especial ilusión el hecho de considerarme "un cadáver" ¿sabéis? En mi familia, el mejor remedio para el frío es una bolsa de agua caliente por las noches, pues bien, esa bolsa con agua en su interior de unos 100·C, se convierte en 2 minutos, nada más rozar mis pies en casquetes de hielo. Mis manos se vuelven moradas, e imaginaos que problemas debo de tener todos los días para meterme en la ducha. Si por alguna circunstancia se me ocurre hacerme la valiente y zambullirme en la piscina en verano, me quedo los siguientes tres días sin salir de casa por parálisis cerebral, y aunque pida la bebida sin hielos, no me preguntéis nada después de comer, ya que mi lengua será incapaz de moverse.No suelo contarle esto a todo el mundo, pero con vosotros haré una excepción: ¿os acordáis de la historia que he dicho al principio? ¿la de un "TÚ" bohemio e inmaterial que me mira como último recurso y muere?Pues era yo. He de suponer que sois inteligentes, y ya lo habéis pillado al principio, pero tenía que asegurarme de que al menos, esa idea estaba bien clara. El otro día (algo más de un mes) soñé con todo esto, con la diferencia de que yo tenía como trescientos treinta años más y mi cara unos mil. Me impactó demasiado, era vieja, pero muy muy vieja, no os hacéis a la idea de cuán vieja era, estaba en el mismo sitio en el que estoy ahora, en mi habitación. La decoración tampoco había cambiado, y hasta llevaba la misma ropa, no decía nada, no podía hablar, no me movía, mi cuerpo no se podía mover, ni siquiera se podía percibir el cuándo respiraba, solamente si estabas muy callado y con mucha atención podías apreciar un leve sonido que te indicaba que cogía y expulsaba aire. Ahí lo supe, me lo dije en voz alta: MARÍA, ESTÁS MUERTA.Y no hay cosa que me de más pena que el saber que aun tengo que permanecer eternamente sin sentir nada. Teníais razón aquellos que me decíais que mi corazón estaba muerto, JAJAJAJAJAJAJAJA, y lo peor es que estabais 100% en lo cierto. Solía reírme de vuestras gracias, ¿sin órganos? anda anda anda anda. Pero no, y aunque no tuviera del todo planeado convertirme en una figura decorativa, se me acabó la vida sin darme cuenta. Se acabaron los sentimientos, las gesticulaciones, los llantos y las risas. No habrá más fuego, más negro, ni más colores arcoiris, porque desde ahora, si, soy yo, la mujer de hielo, y no hay nada que pueda hacer al respecto.

martes, 1 de febrero de 2011

luz, merci.

Casualmente ayer me cegué, si si si como lo oís: me quedé mirando muy fijamente al resplandor de mi mesilla de noche, y a los "X" segundos, comprobé que, en efecto, no veía absolutamente nada, la oscuridad se había apoderado de mi dirigiera la cabeza arriba o abajo. Llegué a asustarme por un instante, hasta me levanté de la cama cuando vi que los colores no llegaban. Y fue ya, en medio del pasillo cuando comencé a reconocer formas, en concreto, mi figura de hace diez años en una foto en blanco y negro de tamaño DIN-A2 colgada en la pared. Un suspiro de alivio corrió inconscientemente por todo mi cuerpo de una extremidad a otra, solamente había sido un "susto", un pequeño resplandor sin demasiada importancia, pero que, sin o no tan sin querer, me hizo pararme a recapacitar, como de costumbre, sobre el paso del tiempo.
En el momento en que de verdad pude "abrir los ojos" me vi reflejada en aquella foto, con el pelo bastante más corto y la sonrisa más angelical si, pero "eso" había sido yo.
Fue entonces cuando la idea y yo nos chocamos de repente, y nos reconocimos de inmediato, como cuando ves a alguien por la calle y al no saber de qué te suena, te quedas el resto del camino pensando de qué conoces a esa persona. Y de repente, ZAAAAAAS!, te acuerdas de que era ese chaval de la última fila en primero de la eso, con gafas de culo de vaso y bastante calladito, con el que nunca entablaste conversación porque era "raro".
En medio de mi pasillo, y con cara de idiota, la boca abierta y clavando mis ojos en los de una niña inocente de apenas seis años, me invadió una especie de náusea en la boca del estómago, una náusea muy, pero que muy extraña.
Sin pensármelo, corrí hacia el salón, y cogí de una vez mis doce álbumes de fotos de cuando era pequeña. Buscaba algo, no sabía entonces muy bien el qué, pasaba las hojas sin demasiada atención, a velocidad de la luz: maría hablando por teléfono con 2 años, maría en su primer baño, maría en reyes del 98, el primer día de colegio de maría, maría disfrazada de girasol, maría en una representación teatral, MARÍA MARÍA MARÍA MARÍA...
Acabé con todos de una sentada en unos pocos minutos y, al terminar me sentí aun más vacía. Busqué muchos más "loquefueran": recorrí toda la casa, y encontré como otras cincuenta imágenes sólo de "maría". ¡Maldita luz cegadora! era sin duda lo que pensaba.
Me sentía completamente hueca por dentro, como si mi alma se hubiera esfumado y mis pies quedaran pegados con superglue al suelo de mi casa.
En estos casi 17 años, no había sido capaz de llenarme con otra cosa que no fuera "YO". Era superficial, materialista y tan solo me preocupaba por mi misma. Paradójicamente después de no ver nada lo vi todo de golpe, y todo se lo adebo a Edison, por su gran invento.
Desde hoy en adelante, rezaré a mi lámpara de noche antes de acostarme todos los días. Gracias a su luz, hoy soy capaz de reconocer mi arrogancia y cinismo.

domingo, 9 de enero de 2011

las gotitas de pintura son las que me roban esos "momentos"

Son los intentos de pasar el rato los que describen a la perfección mi día a día.
Es una rutina diaria, que a veces se convierte en enternecedora y fascinante, tanto que, hay puntos en los que me llega a sorprender de verdad. Puedo comenzar haciendo listas, ordenando cajones…. y acabar tumbada en la cama de un lado, creando formas y animales en mi mente con las gotas de pintura de mi pared gris. Me he reído muchas veces de lo tonta que parezco boca arriba mirando al techo, con la mandíbula totalmente relajada y sin tensión alguna en la cabeza. En ocasiones, siento como los pensamientos de mi mente vienen y van, pasan ante mis ojos y yo los elijo, como quien elige una carta para un truco de magia. Hay algunos que desecho enseguida y, sin razón alguna, vuelven a mí, una y otra vez, y hasta que no cojo ese "uno de espadas" no me deja en paz. Miro la carta con detenimiento, me siento completa y absolutamente anonadada ante ella, ese pensamiento me ha hecho recapacitar más de lo que imaginaba, más de lo que quería o deseaba, y no me gusta. Es "malo", "destructivo", y hasta podría decirse que "demoledor". Una idea insana que no merecía ningún tipo de cuidados y atenciones. Pero ya sea curiosidad o masoquismo puro y duro, ahora mismo me siento frente a él, y tenemos tal atracción el uno con el otro, que no consigo despegar los ojos de ese "as". Apenas diez minutos antes de comenzar a perder el tiempo me había hecho jurar y perjurar que era una imagen ya olvidada; sin querer, pensé que había hecho desaparecer aquel comodín , y me había concentrado muy muy mucho para aprender a jugar con una baraja de "treinta y nueve". Pero no funcionaba; masoquismo hasta el final con un toque de melancolía lacrimógena corrieron, en ese momento, por mis venas. Y fue allí, con el pantalón del pijama escocés y la raya de ojos difuminada y esparcida por todo el contorno ocular, y lo que no era ocular, cuando caí en que no podía permitirme ser tan cruel conmigo misma. Hasta ahora, me había dado tan solo "un par de días de vacaciones para reponer fuerzas", sin pensar que, tal vez, necesitaba una "baja por estrés laboral sin tiempo limitado"; y no podía pedirme más, claro que no. Todos hemos deseado alguna vez borrar situaciones o recuerdos en algún rincón escondido de nuestra mente, de lo que no nos damos cuenta es de que, quizás, algunos necesitan más tiempo que otros, y no disponemos de una súper goma de borrar "milan" que no deje marca del escrito y tarde tan solo unos segundos.
Ese mediodía habitual, de monotonía constante, se convirtió, como por arte de magia, en un momento enternecedor y fascinante. Aquel instante, destapó, sin demasiado esfuerzo, la venda que tenía incrustada en los ojos y que hacía, jugara a la perfección a la gallinita ciega. Me hicieron comprender con total sinceridad la validez del tiempo que, sin causa alguna, los humanos poseemos e intentamos controlar y moldear, como si fuera plastilina. Sabía que era el momento perfecto, y recordé que siempre estamos rodeados de "momentos idóneos para hacer cosas". Podía, pues, tomarlo como de costumbre y creerme fuerte y valiente ante una circunstancia ante la que no me sentía para nada preparada, y podía, también, aceptar que aun no lo tenía superado. ¿Qué ganaría: el autoconvencimiento de mi supuesta fuerza moral, o el reconocimiento de la caída por el acantilado?
Quedaría perfectamente bien si ahora mismo os dijera que, cavilando alternativas, opté por levantarme de un brinco de la cama y gritarle a mi lámina de The Beatles que acababa de superar todo, y hacer referencia a ese dicho de "pasar página".
Aquella mañana de domingo nueve de enero, con una torre de cosas que hacer para el día siguiente sin empezar, y un empire state de "soluciones" y caminos que podía tomar, elegí, seguro, la opción menos acertada: me giré, quedando frente a mi pared de "burbujas de pintura gris" y comencé a encontrar "tortugas con pamelas" y "botas haciendo el pino". 

Mi vida estaba llena de momentos perfectos, así que, ya lo tomaría cuando fuera necesario; ¿y hasta entonces? me esperaban miles de tardes, mañanas y noches enteras de pasar el rato de una forma " muy peculiar".

miércoles, 5 de enero de 2011

fragmentos de un todo, cachitos de puzle, piezas de vida.

Llegan luces a nuestros ojos, colores que nos deslumbran, emociones que nos ciegan y alegrías que, apurándolas al máximo, nos hacen vivir. Porque contamos los minutos, los vemos correr, y, a veces, hasta ir hacia atrás. Apuramos al máximo la taza de café, al fin y al cabo, nos ha costado un euro cincuenta, y nos gusta eso de tomarnos la última gota, el último bombón de la caja de nestlé, el posible día final, o el primero, quién sabe. A fecha de frío, nos sentimos bien a la luz del amanecer en un parque inundado de invierno, sin apenas inquietudes, con la mente en color “neutro” y la nariz “fresa ácida”, porque si, somos predecibles, predecibles pero, aun así, auténticamente fascinantes, las hojas caídas del almendro el uno de enero, desnudo y frío, con ese toque atractivo que hace corramos a abrazar sus ramas. Sabemos que cada fin de año nos lo encontraremos así pero, sin embargo, nos hace desprender una sonrisa de asombro y un pensamiento de alegría cada vez que lo vemos, como si fuera la primera vez.
Hoy, a día 5 de enero de 2011, me siento, por primera vez, a estrecharle la mano al invierno, y descubro que, en efecto, tiene su pequeño encanto. Por supuesto que no estoy dando de lado a mi mejor amigo; la lluvia y el color marrón han sido siempre mi debilidad, pero, ¿por qué he de ceñirme a un solo aroma? Me gusta el chocolate y la vainilla, los pepinillos y los muffins de arándanos, el olor de la lluvia y el del pan reciente, el chirriar de una llave cortando un cristal y el sonido del mar. Me gustan si, las mezclas.
Hay algunas, como el jamón con melón o los brownies con helado de vainilla que nos dejan aquel sabor exquisito, con ganas de más y más. Una caricia para el paladar totalmente irresistible.
Otras, en cambio, ya sea la combinación rosa- rojo o un pastel con zanahorias y anchoas, nos producen una pequeña contracción en la boca del estómago nada agradable. Esa arcada inexplicable e instintiva que se nos escapa a todos cuando se nos presenta en la mesa un gran plato de “sesos de cerdo” o contemplamos la combinación chándal-tacón.
Aunque, no todo el mundo sabe “aliñar” la ensalada a la perfección. ¿cómo preparar la mezcla perfecta? Podemos comenzar probando ingredientes, en pequeñas dosis, repito: PEQUEÑAS dosis. Así, si notas que el asado está demasiado sabroso, “águalo” un poco y si es al revés, que carece de condimento, con un poquitín de sal y alguna especia que otra bastará. Claro que ninguno de notros somos cocineros profesionales, preferimos que nos den el plato ya “preparado”, que nos lo sirvan en la mesa, y solo entonces comenzar a disfrutar de “ese cordero asado”.
A estas alturas sería prácticamente imposible cambiar la mentalidad humana, sustituir el “dámelo hecho y si no me gusta me quejo” por un “yo mismo me preparo mi comida y si sale mal lo asumo o me tomo otra cosa”.
Y si es cierto que no podemos cambiar, ¿qué os recomiendo?
Que viváis, comáis, y respiréis este fragmento de vida al máximo, ya que, nunca se sabe si el entrecot que has pedido va a estar o no a tu gusto.
Y mientras tanto, permanezcamos sentados en la tumbona, con los ojos cerrados, frente a nuestro querido árbol, mientras se va desnudando con movimientos sensuales hasta quedar completamente desnudo y, solo entonces, mirar hacia abajo y ver todas sus ropas en el suelo, ha llegado el invierno amigos, es más, se ha ido y ni siquiera nos hemos dado cuenta.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Navidad, ¿quién lo dice?

Tengo que daros una noticia, una noticia muy pero que muy importante: chicos, estaba equivocada.
Podéis empezar a borrar todas aquellas ideas tan difusas que os contaba hace semanas: el frío llega, y ¡vamos que si llega! Corre, vuela y navega sobre nosotros sin darnos tiempo a “abrirle la puerta en condiciones”, se filtra en nuestras manos, pies, orejas y narices y, para cuando nos queremos dar cuenta, no hay marcha atrás: tan solo unas marcas rojas como cicatrices en las próximas dos horas, si, pero una sensación de malestar que no te lo quitan ni veinte radiadores juntos.
Sé que os gusta el invierno: es blanco, liberal, luminoso y a la vez siniestro. Tiene ese “no sé qué” especial que nos engancha a  todos: las luces, la nieve, el frío y el no frío, la ilusión y esperanza, el creerte mejor y los catálogos de juguetes del “corte inglés”.
Es atractivo, nos atrapa con una bufanda de “cachemir” y al estar tan cómodos entre fleco y fleco no nos planteamos el salir fuera a “coger frío”.
¿y qué me decís de la iluminación característica de esta época del año?
mi amiga Lidia, por ejemplo, piensa que son especialmente repetitivas, que podrían cambiarlas de año en año para que las luces no resultaran tan evidentes. Otros vienen específicamente a Madrid a contemplar ese gran”espectáculo de colores”. Hay a quien les parecen cutres y otros, directamente, no opinan. Pero TODOS están de acuerdo en que, a día 24 de diciembre, el pasear por la calle carretas dirección puerta del sol, con un montón de bolsas en la mano de regalos, contemplando “papá noeles” de todos los colores y niños gritando y gente empujando, a las siete de la tarde, hace que una sonrisa se te pegue en la cara, y sin saber cómo se te mete dentro, convirtiendo toda ese agobio y mal humor en FELICIDAD, sí, en sincera felicidad.
¿y qué hay de mí? Pues os diré que tengo el árbol de navidad guardado en el trastero, y las figuritas del belén en cajas y cajas, todos los adornos y luces en el mueble de la entrada y ni siquiera me he molestado en poner el muérdago en mi habitación o una figura de “feliz navidad” en la puerta de mi casa. Y ¿por qué? Pues muy sencillo amigos: invierno tras invierno nos ilusionamos, convertimos toda esa frustración de exámenes en emoción navideña: cantamos villancicos hasta quedarnos afónicos, tenemos la muletilla de “feliz año” siempre en la boca, y nos pasamos cocinando y comiendo turrón y otros dulces. Y, ¿para qué? Para que alrededor de cada día diez de enero miremos hacia abajo y tan sólo veamos un montón de bolas del árbol rotas en el suelo y una barriga tan grande que no podemos llegar a contemplarnos los pies desde arriba. Nuestra época favorita del año ha pasado, se ha esfumado junto con la nieve y nos ha dejado “un regalito sin gracia”. Llamadme pesimista chicos, eso sí: vosotros disfrutad de la navidad. Comed, reíd, cantad y jugad, pero pensad, también que, dentro de diez o quince días, cuando comencéis a correr por el parque para superar la “operación polvorón” yo estaré en casa tranquilamente, escribiendo, escribiendo sobre... la primavera.